Ideas para aliviar el calor del verano de La Habana...

Carlos, amigo de Palmiche desde el mismo día en que le bautizó como Palmiche en el viaje de Varadero a La Habana, tenía un listín telefónico de bolsillo lleno de contactos de muchachas para guarachar. Carlos era uno de esos tipos cubanos que abusando de su cargo importante en la empresa más grande de Cuba -como quien no quiere la cosa- tenía su listín telefónico repleto de contactos de buenas mozas cubanas. Entrabas con él a cualquier restaurante bueno o muy bueno de Cuba y le hacían tantos honores o más que al mismísimo “Barbas”. Con él podías abrir la "libretica", así llamaba él a su listín telefónico manual de bolsillo, por la página que se te ocurriera, al azar y tener plan seguro. Nunca ibas a quedar mal, aunque necesitases sabia nueva a diario durante varios años. Y no es una exageración.

Carlos seleccionaba sus contactos a diario en fiestas de la empresa, en exposiciones, en favores, dando botella con su "carrito" de empresa, siempre nuevo y siempre con gasolina.

Él siempre disponía de carrito último modelo en Cuba de empresa y gasolina sin límite. Se las ingeniaba para "dar botella" a las buenas mozas que merecían el favor. Descarado como él solo y con su elegancia, educación y buen saber hacer y saber estar, además de sus dotes de don Juan, bien disimuladas siempre, quedaba "de lo más bien". 

A veces utilizaba la técnica de "aquí te pillo, aquí te mato" y otras -dependiendo del momento- post ponía la acción. Era casi tan mujeriego como su suegro de Pinar del Río, el famoso Capitán,  pero más cuidadoso en sus modales. La segunda parte siempre venía rodada porque las necesidades que imponía el "periodo especial" hacían que todos los cubanos estuvieran necesitados de casi todo. Donde veían posibilidad de llevar algo a la jabita ahí estaban, dispuestos/as a lo que fuese necesario, en el sentido más real del significado de la frase. 

El periodo especial no entraba en la religión de Carlos salvo para sacar partido del mismo. Él era una de esas pocas excepciones, en ese momento de su vida, que vivía por encima del bien y del mal. En su momento pasó necesidades como casi todo el mundo pero esa etapa para él pertenecía al pasado. El paso de la indigencia a su status actual se lo había ganado a pulso y trabajado como un negro siendo blanco. Nadie le había regalado nada. Era más apreciado en los hoteles y restaurantes de lujo que los grandes pinchos del partido y el mismísimo “Barbas”, él dejaba buenas propinas o sus acompañantes cosa que no hacían los jefes del PCC sino todo lo contrario, muchas veces se marchaban sin pagar.

Tampoco deja de ser cierto que "de casta le viene al galgo". A sus 19 años Carlos fue embarcado para la Ucrania soviética a estudiar economía, economía de la URSS. En sus tiempos de estudiante soviético se había casado con una belleza ruso-ucraniana de la que tardó cuatro días en divorciarse, muy linda pero un témpano de hielo siberiano. Se casó nuevamente con otra de la misma nacionalidad y volvió a divorciarse antes de volver a la isla una vez acabados sus estudios; la convivencia desgastó el amor. Su rodaje de Don Juan latino lo tenía bien documentado y con el poso que da la experiencia.

Las jornadas de trabajo en La Habana en el mes de julio pueden llegar a ser realmente agotadoras. Cuando no tienes aire acondicionado porque los calores pegajosos parece que van a acabar contigo en  cualquier momento. Cuando tienes aire acondicionado porque te puedes congelar de frio; es como si los cubanos se quisieran llevar reservas de frio para la casa o aprovechar los pocos momentos en que hay luz para poner a la máxima potencia los aparatos de aire acondicionado. Esto te sucede desde primera hora de la mañana hasta el final de la jornada laboral. No tienes un término medio a no ser que estés en el hotel y puedas tú mismo regular la temperatura.

Este era un día típico de trabajo en la capital de Cuba. Llegaba un gallego a la isla para hacer cuatro gestiones y al segundo día estaba ya estabas con un catarrazo en pleno verano de los que te deja baldado en el mejor de los casos o te produce una fiebre de 40ºC en el momento en que te descuidas.

Hoy había sido uno de esos días.

Normalmente terminabas el día invitando a alguno de tus clientes o amistades a cenar en uno de los contados restaurantes buenos para estas circunstancias que hay en la ciudad. Allí nuevamente la pelea con el aire acondicionado que según va transcurriendo la noche se hace más llevadero, no sé si por los tragos, por la comida o porque lo van bajando de intensidad para que consumas más refresquitos, o tal vez para que te vayas pronto si son establecimientos del estado.

Desde el restaurante empalmábamos habitualmente con alguna de las discos de moda porque había que ponerle el cascabel al gato para terminar el día con el cerebro atormentado por aquellas músicas insoportablemente atronadoras. Sin dejar de mencionar a las jineteras descaradas que te agobiaban desde la entrada a la salida -fueras acompañado o no- con sus tucos de buscavidas.

Esta era mi rutina de trabajo. Pero se me ocurrió proponer a Carlos un cambio de planes. Yo sabía que Carlos tenía una agendita de bolsillo -era el año 95 y los celulares aún no habían invadido la isla- con varios cientos de contactos de muchachas lindas a las que había conocido dándoles botella, en fiestas de la empresa, en ferias, en actos del PCC de La Habana, en fin en infinidad de circunstancias. Y como quien no quiere la cosa quise comprobar si aquellos contactos eran tan buenos como Carlos presumía y si aquellas muchachas eran gente normal de la calle o eran todas jineteras. Según Carlos ninguna de aquellas muchachas de su listín era jinetera cuando él las agendó.

Le propuse abrir la agendita por una página al azar y luego otra de igual modo y buscarnos compañía para una noche diferente. Buscamos dos muchachas que no se conociesen ente ellas para conocer gente diferente y de diferentes barrios y clase social. En la Cuba comunista hay clases sociales aunque “El Barbas” y el PCC de La Habana asegurasen lo contrario. Solo los ingenuos y los tontos no se daban cuenta de la realidad: La gente normal de la isla sigue siendo capitalista a pesar de tantos años de comunismo.

Nos alejamos del ruido de la ciudad de La Habana y sus circunstancias. Vámonos por una vez lejos del mundanal ruido... y sin jineteras molestando o buscándote la cartera le propuse a mi amigo que tenía a las jineteras un "cariño muy especial" -vamos que las odiaba a muerte-. Las consideraba descaradas, vagas, ladronas, buscavidas y un largo etc. de calificativos similares.

No tardamos mucho en tener la agradable nueva compañía, el tiempo justo para disfrutar de una bucanero bien fría en la plaza de la catedral a escasos metros de la famosa Bodeguita del Medio.

Como el transporte es lo más complicado que te puedas imaginar en una ciudad como La Habana enviamos a un par de taxis a recoger a las muchachas y justo acabábamos de disfrutar de los refrescos y aparecieron las tertulianas de aquella tórrida noche de verano. Primero apareció una luciendo sus mejores y sencillas galas y al poco rato apareció la segunda en similares circunstancias. Tal y como me había adelantado mi amigo no eran jineteras sino gente sencilla de la ciudad, con sus trabajitos y sus vidas normales. Lindas las dos y simpáticas como rezaba el eslogan de la agendita de Carlos.

El plan de la noche era pasarlo bien sin contarnos las penas y calamidades del periodo especial y relajarnos de una forma sencilla; Cenar, unos tragos, charla y disfrutar de la naturaleza y una buena compañía. Con el gran aliciente de estar conociendo a gente nueva y encantadora.

Tras las presentaciones de rigor tomamos el tur que tenía rentado y pusimos rumbo a un lugar un poco más lejos de Playas del Este y encontramos un merendero que a aquellas horas -ya entrando la noche- estaba cerrado pero con signos de que alguien estaba dentro. Ni corto ni perezoso, Carlos que para esto tenía un tacto especial y conocía de qué pie cojea cada cubano, aporreó la puerta del chiringuito, se identificó e hizo su propuesta económica al encargado del local. Este le comentó que estaban en las típicas labores de limpieza para tener el lugar en condiciones higiénicas al día siguiente. Carlos se lo puso fácil: nos ponen uds una mesita y cuatro sillas allá en el centro del jardín que da directamente a la playa y nos preparan uds lo que buenamente puedan para que no nos quedemos con hambre; todo esto sin prisa para que puedan seguir haciendo su trabajo sin agobios. Vamos que se lo puso tan fácil que no se pudieron negar, aparte del negocio extra con el que se encontraron en aquel lugar al que solo acudían cubanos con su moneda nacional y nosotros llevábamos USD. Esta última fue la razón que más convenció a los dueños del chiringuito.

El lugar era una preciosidad a la luz de la única bombilla que nos colgaron de un árbol mediante una larga extensión eléctrica, con la alimentación de un pequeño grupo electrógeno a gasoil. Iluminaba mucho más la luna llena de aquella noche sin nubes y que proyectaba un reflejo en el mar que parecía que llegaba a Miami.

Vino Carlos con el plan y nos lo comento a Marta, María y a mí que nos habíamos quedado esperando discretamente al lado del tur y nos pareció genial la idea de mi amigo. Marta y María así las llamaba yo, porque no me iba a acordar en la vida de aquellos nombres cubanos tan difíciles para mí, no preguntaron "más nada" acerca del menú y las bebidas como suelen hacer las jineteras. Esto era un síntoma clarísimo de que tenían buen paladar como la mayor parte de los cubanos.

Tomamos unas hatuey y nos decidimos a aprovechar aquella preciosa playa mientras llegaba la cena, para la que sabíamos que había que esperar. Había que esperar porque en el chiringuito se ofrecieron a ir a visitar a un pescador que acababa de llegar a puerto en el pueblito de al lado.

Ni nuestras acompañantes ni mi amigo ni yo estábamos preparados para ir a bañarnos pues todo había ido programándose sobre la marcha. Pero aquel mar estaba tan calmado y apetecible que sin pensarlo dos veces nos quitamos la ropa y como adanes y evas nos fuimos al agua a disfrutar de un buen chapuzón y unas risas. Al entrar en el agua te olvidabas del trabajo, del calor, de La Habana y de todas sus circunstancias. Era un lugar en el que necesitabas internarte en el mar unos quinientos metros para que el agua te llegase a la cintura. De vez en cuando notabas cosquilleos en las piernas y era el saludo que nos hacían los pececitos de colores que nos daban la bienvenida. La luna era llena y tan encendida que nos iluminaba para ver los pececitos y alguna tortuga que también nos visitaba, más bien las visitábamos nosotros que éramos los intrusos del lugar.


En estas estábamos, disfrutando con avaricia del momento irrepetible cuando de repente una de las chicas se dio cuenta de que alguien estaba al lado del tur, inspeccionando, tal vez queriendo robar. Todo no podía ser tan bucólico en aquella noche preciosa de verano.

Carlos que para estas cosas tenía un olfato una vista y un tacto especial rápidamente se dio cuenta de que eran unos guardias de la revolución haciendo su ronda. Y me propuso que fuera yo que era el único extranjero y les invitara a unos tragos y nos dejasen disfrutar de la noche de verano en el mar. No fue fácil la tarea de convencerles. "Oye mi hermano, es que aquí suelen llegar las lanchas de Miami a recoger a cubanos que huyen de la revolusión..." me comentaba uno de los soldados blandiendo su fusil ametrallador. Pregúntenle a los dueños del lugar la cena que les hemos encargado. Aquí nadie se va para Miami si es lo que les puede preocupar.

Miren oficiales les dije a la vez que les regalaba 10 dólares americanos, USD, estamos disfrutando de la compañía de unas amigas, y tenemos encargada la cena ahí en el jardín. Tómense unas cervecitas y sigan su ronda. Las muchachas son muy vergonzosas y ya ven vds, no veníamos con traje de baño y estamos todos así como me ven a mí, como adanes y evas. De esto ya se habían dado cuenta los guardias porque habían visto nuestras ropas en el interior del tur. Y también nos habían visto mediante sus prismáticos y un viejo catalejo.

Las chicas se pueden pasar ahí en el agua toda la noche hasta que uds desaparezcan o cambien de guardia. Se nos van a convertir en peces o sirenas. La pareja de oficiales se rieron y atendieron mi sugerencia de ir a tomarse unos traguitos y desaparecer discretamente.

Cuando terminé mi trabajo de convencer a los agentes de la autoridad volví al agua y mis tres amigos estaban esperando conocer el resultado de las negociaciones con los agentes de la autoridad. Les comenté cómo había ido la reunión y seguimos la velada en el agua por un buen rato pero ya no eran las mismas risas y los mismos cuentos ya nuestras amigas no dejaban de mirar hacia el tur a ver si volvían a aparecer los aguafiestas. Por más que Carlos trataba de convencerlas de que los guardias ya habían hecho la noche con los 10 USD, estas estaban convencidas de que los guardias volverían para verlas en bolas. Ellas conocían bien a los cubanos.

Pasado un buen rato decidimos dejar a los peces a su aire y a las tortugas campando a sus anchas y nos volvimos a la playa. Carlos les prometió a las chicas para mayor seguridad que él les traía la ropa hasta la orilla del agua por si los guardias descarados volvían a aparecer. Esto las tranquilizó. Las ayudamos a vestirse y nos fuimos a la mesita de la cena en el jardín donde "la pasamos de lo más bien hasta bien entrada la madrugada". Como lo pasaríamos de bien que hasta conseguimos olvidarnos de los guardias de la revolución que interrumpieron nuestro baño cuando más calentito estaba el ambiente con aquellas sirenas disfrutando del agua y de la luna...




escribiendo...








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