J. Palmiche

Julio año 1995 en Madrid, calle Mártires Concepcionistas esquina con D. Ramón de la Cruz, cafetería Bar El Chiquitín de la Esquina. Palmiche llega a desayunar como de costumbre y como de costumbre también tras una intensa noche de borrachera y amor. Pero no una noche de resaca cualquiera. Anoche tocó trio teórico porque en realidad su amada Pauli y Pepe dueño del Bar Pepe, a escasos 50 metros de lugar donde había llegado Javier a desayunar, se dedicaron a hacer los deberes mientras Javier caía rendido en el sofá por la borrachera. Las borracheras de Javier eran de las que hacen época y esto se repetía día tras día.

Javier es uno de esos tipos que le da culto al amor y al vino. Tal es así que abandonó totalmente sus estudios a los 15 años como tantos otros niños bien y terminó encontrando una muchachita de La Elipa que le vino como anillo al dedo. Eran hechos el uno para el otro. Ella, Pauli, estaba bien educada en las artes amatorias que había venido practicando desde niña al lado de las tapias del Cementerio de la Almudena. Este lugar estaba a tiro de piedra de su casa familiar.

Paulina, que así se llamaba la jovencita, Pauli para sus amigos, la reina de las tapias del cementerio, era la hija mayor de una familia numerosa del popular barrio madrileño La Elipa. Tenía siete hermanos más, a los que les separaba escasamente un año de edad entre uno y otro. Esta era la circunstancia familiar de la mozuela. Ella era la encargada de cuidar de sus hermanos -todos menores que ella- cuando su madre tenía que salir por alguna razón. Una vez que su madre se ausentaba ella daba instrucciones a sus hermanos para que se fuesen a la casa de la vecina a ver la tele y ella se fugaba a las tapias de La Almudena.

Las vallas de los colegios de La Elipa -donde se encuentra el cementerio de La Almudena- y entorno eran fáciles de saltar para los mozalbetes listillos y poco aficionados a los estudios. La zona de las tapias del cementerio de La Almudena se habían convertido en esos años en el lugar más popular para todos los estudiantes aficionados a las pellas. A la zona llegaban de todos los colegios del entorno, desde El Carmen a La Cruz, Barrio de Bilbao, Moratalaz y hasta pasada la M-30 -aún inacabada por esas fechas-. 

Javier era hijo de buena familia y vivía en el Barrio del Niño Jesús-Retiro desde donde acudía también a las tapias del cementerio. Él siempre iba bien dotado de bolsillo a lo que le añadía un físico poco común: alto, rubio. ojos azules y siempre vestido a la última. Vamos que Pauli, la muchacha de La Elipa 18 primaveras floridas de barriobajera experta en sexo, dijo a sus amigas: Javier -aún no era J. Palmiche- es para mí y no hay nada más que negociar. ¡Cualquiera se atrevía a llevarle la contraria a la jefa de la pandilla de La Elipa! Y se sació de amor con Javier hasta que llegó lo que suele llegar en estos casos -no por buscado, si por vicio puro y duro- el embarazo de Pauli. Una boda forzada, familiares "a palos"; mejor casados que en el juzgado y en el famoso "qué dirán". De postre un bebé que sería más golfo que sus progenitores.

Ambrosio, el padre de Javier, de grandes apellidos, dió por perdido a Javier básicamente por dos razones. Una era que Javier tenía un hermano mayor que se parecía más a su padre y le había salido un "lumbreras" con varios títulos universitarios y algunos master en USA/Harvard. ¡Ahí era nada lo del niño!. La otra razón es que Javier era el favorito de la madre y esta le adoraba y le daba todos los caprichos. Ambrosio era un empresario millonario que amasó una gran fortuna durante la última etapa del franquismo pero que necesitaba estar pendiente de los negocios al cien por cien para que estos siguieran siendo negocios millonarios. Estas circunstancias le llevaron a dar por perdido y amortizado a Javier, su hijo pequeño; este -refiriéndose a su hijo pequeño- que viva del amor en vez de los estudios le decía a su esposa. Le compró un buen piso para que viviera en él pero nunca lo puso a su nombre porque sabía que Javier lo puliría para vino. El papá pagaba todas las facturas, y hasta los alimentos y la ropa de lo que se encargaba la mamá.

No resulta fácil aceptar que Javier fuera tan negado para los estudios, pero hay que rendirse a la realidad. Amaba tanto el sexo que el resto de las cosas de la vida salvo las que acompañan al sexo como son el dinero y la bebida por ejemplo, le traían sin cuidado. Del dinero se ocupaba su madre y del amor sexual se ocupaba Pauli. De la bebida se ocupaba él solito. 

Era tan negado para los estudios que fue incapaz de sacar el carnet de conducir y esta circunstancia le dejó secuelas pues a Pauli le gustaba mucho que le dieran paseos en automóvil, cosa que hacía Pepe y se lo cobraba en amor.

También el hecho de una convivencia tan forzada como la de la chica de La Elipa y el hijo del millonario al final termina desgastando el amor. Aunque solo sea de tanto usarlo y en condiciones físicas "tocadas" con la magia del alcohol.

Por estas fechas de Julio del 95 los padres de Javier decidieron ponerle un negocio a la los amantes de La Elipa y Niño Jesús. Ahora ya amantes de Pacífico que era el lugar donde el padre les había puesto el nidito de amor, su piso. El negocio fué una agencia de viajes en la que Javier era el director general y Pauli la directora comercial. Y claro, la agencia de viajes se llamaba "Viajes Pauli".

Viajes Pauli duró dos telediarios. A las once o las doce o a la hora que les venía bien abrían el negocio y el director general se iba a tomar café. Un ratito más tarde se iba a tomar café la directora comercial. Los cafés podían durar toda la mañana, hasta la hora de comer. Por la tarde se repetía la historia y el negocio se fué a pique casi antes de la inauguración con varios millones en pérdidas que aportó el padre de Javier.

Y como un negocio engendra otro negocio Pauli en sus horas de desayuno entabló una relación cordial con el barman y dueño del Bar Pepe. Y Pepe era el nombre del camarero dueño del Bar Pepe que se fue enamorando de las bragas y la entrepierna que Pauli le mostraba con sus cruces de pierna desde la esquina de la barra del bar. Esta técnica la traía Pauli bien aprendida de La Elipa. Esto sumado a las ganas de hembra que tenía Pepe les llevaron al siguiente capítulo. Pepe se ofrecía al cerrar el bar a darles un paseo en su flamante deportivo, tomar la penúltima y llevarles a casa.

La cosa se convirtió en rutina y Pepe vivía en multi-matrimonio con Pauli y Javier hasta que todos los amigos fueron notando que Javier tenía dificultad en pasar por algunas puertas. Para mayor inri dió la casualidad de que en esas fechas estaba muy de moda la canción que hablaba de "El Venao", "que soy un venao..." y a Javier le encantaba tararearla.

Lo curioso es que la sabiduría popular -tan sabia ella- dice que de los cuernos el último que se entera es el interesado. Como en tantas cosas en la vida. Palmiche era un enamorado de El Venao y tarareaba la canción como si la historia no tuviera nada que ver con él mismo. Hasta le hacía gracia que Pepe - cl corneador- le invitase a una copa mientras terminaba de recoger el Bar Pepe en Don Ramón de la Cruz casi esquina con Manuel Becerra. Una vez recogido todo tomaba su potente coupé deportivo de tercera mano y hacía unas aceleraciones para que Pauli disfrutara del rugido de la fiera. Palmiche no había sido capaz de sacar el carnet de conducir, dada su inutilidad para los estudios y de ahí la superioridad moral de Pepe. Los alardes de Pepe y su gran aguante con las bebidas fuertes le conducían a diario a la cama de Pauli ocupando el sitio de Palmiche al que desplazaban al sofá.

Hay escenas que tratas de imaginarlas y como en las canciones de Sabina es prácticamente imposible igualarlas o mejorarlas. Pero como dice el refrán/dicho "a todo hay quien gana". Pepe ganaba, tenía las cartas marcadas. Pauli se pasaba el día sentada en una esquina de la barra del Bar Pepe enseñando la entrepierna  -de aquel cuerpo de 150 cm escasos, bien proporcionado eso si y agraciado sin más- y ropa interior a Pepe y a su clientela. Pepe mantenía su calentura a tope al igual que la clientela masculina del establecimiento. Y todos contentos.

Palmiche voló a Cuba por desamor no en busca de amor.

Palmiche no buscaba amor en Cuba, seguía enamorado de Pauli, ni tampoco sexo aunque todo lo encontraba en la isla y todo estaba a su gusto. 

El caso es que Javier se dió cuenta unos de los pocos días que andaba un tanto lúcido que el amor con Pauli se había acabado y se dio por vencido por los argumentos de Pepe el del Bar Pepe de la calle Don Ramón de la Cruz. Pepe mantenía a Pauli bien engrasada en alcohol todo el día y Pauli le correspondía manteniéndole vivo a él y a sus clientes varones. La entrepierna de Pauli era un milagro comercial, ¡que forma de atraer clientes!

Javier definitivamente dejó de ir por el Bar Pepe donde a todas las horas sonaba la musiquita de "el venao, el venao..." aunque Javier nunca pensó que la musiquita tuviera nada que ver con él.

Fué por entonces cuando Javier re-confirmó que el amor era más barato, más surtido, más fiel -había opiniones encontradas al respecto-, menos interesado -igualmente había diversidad de opiniones-, más exótico, más libre, más... en otros lugares del mundo: Cuba por ejemplo.

Cerró por unos días el negocio de los viajes y voló para Varadero y La Habana que por entonces eran los paquetes de viajes más baratos para la perla del Caribe.

Al poco de aterrizar en la isla ya sabía de mojitos y daiquiris más que el mismísimo Ernest Hemingway. 

Antes de volver de su primer viaje a La Habana, que se alargó un mes más de lo planeado, ya tuvo tiempo de volver a la madre pátria envuelto de los conocimientos más curiosos de la Isla de Cuba. Tal es así que hasta hizo un curso avanzado de santería para re-confirmar que Pauli ya no le amaba y le seguía poniendo los "tarros" -cuernos en cubano- con Pepe el del Bar Pepe de la calle Don Ramón de la Cruz. Los caracoles se lo dijeron muy claro y también la sangre de los gallos que él pagaba a las santeras cubanas y estas celebraban cenando tan ricamente. Pauli ya era el pasado y cuando volvió le cambió la cerradura a la casa para que Pauli y Pepe no usaran su cama. 

La nueva vida amorosa de Javier, en ese momento ya Palmiche, eran Cari y Tania las mamá e hija que se empataron con él el día de su llegada a El Salado. Desde ese mismo día Cari y Tania no se separaban de Palmiche ni un minuto. Solo el día que Palmiche les daba algún dinerito estas se iban unas horas a Mariel a dejar el dinerito, los fulas, a su familia. Volvían al lado de Palmiche raudas y veloces para cuidar a su gallito de los huevos de oro ya que este podría emigrar a otro gallinero, que la competencia estaba "on fire" en la Cuba del periodo especial.  Cari y Tania a veces llevaban a Palmiche a Mariel a visitar a su nueva familia, esposos, hijos, amistades. Ellas presumían de buen mozo -que lo era- y él pavoneaba de sus conquistas al más puro estilo de Don Hilarión en la Verbena de la Paloma "una morena y una rubia hijas del pueblo de Mariel...".



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