Las tormentas en La Habana y en Cuba
Cuando descargan las tormentas tropicales en La Habana no es agua lo que cae. Es como el diluvio universal pero multiplicado por el infinito.
Las riadas que se preparan en las calles con cierta pendiente son tan tremendas que los chavales están ya preparados con sus improvisadas tablas de surf caseras para salir a surfear por las calles y hacer tremendas carreras hacia el mar.
En mi vida he pasado tanto miedo como un día que estábamos llegando a La Habana por una de las autovías de acceso a la capital y comenzó a caer un diluvio universal. El agua llegaba hasta las puertas del carrito. Aún no había casas ni asomo de civilización. La autovía estaba desaparecida; imagina como si hubiese medio metro de nieve solo que era de agua. La única referencia que teníamos eran los cables del tendido eléctrico que iban paralelos a la autovía y cada vez que había una descarga eléctrica -que eran casi continuas- se encendían ardiendo durante unos segundos que se hacían eternos. Parecía que íbamos a morir electrocutados en cualquier momento. Afortunadamente el chofer era cubano y sabía como capear esas circunstancias. Yo solo iba pensando en que momento ibamos a morir. A esto hay que añadir los tremenso socabones que había en la autovía por la que circulabamos y que no podías esquivar porque no se veian.
Otra de esas tormentas pero esta vez acompañada de un tremendo vendaval nos sorprendió visitando el Valle de Viñales donde conseguimos refugiarnos en un restaurante rústico. Cuando comenzó a llover con fuerza, se apagó la luz y solo nos faltó rezar. Durante varias horas solo se veía -cuando iluminaban las descargas eléctricas que eran casi seguidas y así podiamos vernos las caras de espanto- una cortina de agua que caía de los tejados y de todas partes. Las horas fueron interminables y en esos momentos se aprecia la compañía, aunque sea de desconocidos, como la cosa más divina que nos ofrece la vida. El camino de vuelta fue toda una odisea porque nos encontramos montones de árboles en medio de la carretera. Los había puesto allí caprichosamente la tormenta.
Lo bueno de esas tormentas es que al poco rato de pasar dejan un cielo azúl y limpito como si lo acabaran de fregar los mismos ángeles y es muy de agradecer en ciudades como La Habana.
continuará....
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